Wednesday, September 13, 2006

CHILE MI PATRIA

Cambia la cosa cuando uno no está en su país, por más que la diferencia sea de un par de metros, créame, hasta la personalidad se resiente un poco. Ahora, si la frontera que se cruza es la que separa a Chile de Bolivia, multiplícalo por 100.


23: 30, sale desde Calama el bus con dirección a la localidad limítrofe de
Ollagüe. En su mayoría los 54 asientos son ocupados por ciudadanos bolivianos que han venido a buscar suerte en el “festival de billetes” que es Calama, gracias al cobre de Chuquicamata. Alrededor de unos 15 puestos se reparten entre mochileros chilenos y uno que otro europeo. El Bus está repleto y el portaequipaje también, de manera que el pasillo es utilizado con eso fines.

Gracias a mi demora en comprar los pasajes, junto a un amigo hemos conseguido los números 53 y 54, con una esplendida vista al baño, son oficialmente declarados como los peores puestos. Pero eso da lo mismo, aún estamos en Chile y el bus nos pertenece, bromeamos con el tema, mientras un par de chilenas hacen lo mismo cuando tienen que pasar por encima de los bolsos para alcanzar el sanitario. Nuestros compatriotas son toda risa y buen humor. Por su parte los “bolitas” -como llaman en el norte grande a los bolivianos- parecen hundirse en sus puestos y sólo se oye un murmullo intermitente.

Van dos horas de viaje y el camino ya es de tierra, se supone que en poco tiempo llegaremos al control fronterizo, donde dormiremos, para luego, temprano en la mañana hacer los trámites correspondientes. El Bus está en completo silencio. Al parecer soy el único despierto.

Es hora de bajarse. Hace mucho frío y aunque aún no es el turno de la empresa que nos transporta, la mayoría está afuera estirando los pies. Nadie se mueve mucho, pues los 4000 metros de altura se sienten y además el rumor de que en los alrededores hay más de una mina antipersonal perdida, ha tomado fuerza.

Son nuestros últimos minutos en Chile, los últimos metros de territorio. Se acabó ya es Bolivia.

El mismo trámite, ahora con la gendarmería altiplánica. Uno a Uno pasamos. Con mayor rapidez los bolivianos, los extranjeros con algo más de demora y los chilenos, en particular, muy lentos. Y es que lo policías bolivianos de la frontera parecen disfrutar mucho asustando a aquellos que los dejaron sin mar. “Cuánto dinero lleva” con tono muy serio, es una de las preguntas recurrentes. Al salir de la oficina una chilena comenta que cuando le dijo al gendarme que traía 200 dólares, éste le respondió desafiante “¡qué poco lleva...!”, para luego hacer pasar al siguiente.

Yo ya estaba alertado y en mi billetera muchas lucas no habían -una vez en Santiago supe de un amigo al cual mandaron de vuelta a Calama por no llevar dinero suficiente-, así que tan amable como puedo llegar a ser le dije al señor “aquí traigo sólo un poco, pero dentro del bus está el resto, en total son como 500, es que no me gusta alardear”. Se quedó muy tranquilo el hombre e incluso esbozó lo que con mucha imaginación podría haber sido una sonrisa.

Cambio de Bus. El nuevo transporte es ahora boliviano, uno más alto y con ruedas más grandes, especialmente refaccionado para caminos duros y que incluso implica un esfuerzo al subirse. Todos están arriba. El motor se enciende. Y los bolivianos… hace un buen rato que entraron en confianza…

(Continuará)

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Thursday, August 24, 2006

Ha sido un gusto

No podía ser de otra forma, el artículo que inaugurará este blog habla de la más fiel compañera de un viajero, su mochila.

Las hay de todos tipos: baratas y costosas; pequeñas y otras donde puedes meter tu casa. Algunas son tan cómodas que casi no se sienten, aunque también he sabido de amigos que han destruido sus hombros cargando las suyas. Unas lucen mejor tratadas que otras, sin embargo, muchos piensan que entre más descalabradas, más pinta tiran.

Pero todo esto pasa a un segundo plano al momento del afecto, pues una mochila es como una hija. La propia siempre es la mejor, la más linda y, por supuesto, no tiene defecto alguno. Ahora, nunca faltan los psicópatas que andan a patadas con las suyas, seguramente arrastran problemas serios, traumas de niñez.

Muchos errores se cometen con la primera, no la conoces bien y por ende no sabes cómo responderá. Sobrecargarla es un yerro clásico, pero peor es colgarle todo cuanto se te ocurra. Las mochilas han sido creadas para introducir tus pertenencias en su interior y salvo algunos casos como la carpa, colchoneta y saco de dormir, lo demás se va para adentro.

Recuerdo el primer viaje con mi mochila -la que aún conservo-. No sé en qué pensaba, lo cierto es que de pronto me dio por colgarle cosas. Lo más insólito que le adosé fueron unos zapatos de baby-futbol, una completa locura si se tiene en cuenta que el constante vaivén de mis chutiadores provocó más de un golpe en mi cabeza.

Bueno, pero de ese tipo de cosas lógicamente se aprende. Lo malo es que cuando ya terminas por conocer y entender a tu vieja compañera -naturaleza cruel-, llega el momento de despedirla. Nada es para siempre y las mochilas también tienen su vida útil. Lamentablemente la mía ya cumplió su ciclo y ha llegado el momento de remplazarla.